por Miguel Angel Marín
Itzel se pondrá contenta. La caza ha ido estupendamente. He
cobrado buenas piezas. Cada vez que pienso en Itzel recuerdo su suave piel, sus
dulces besos. ¡Qué suerte he tenido! ¡Aceptó ser mi mujer! ¡Me hace tan feliz…!
Con la carne que he conseguido podrá cocinar algo sustancioso
para Akbal. Me preocupa mi pequeño. Desde que nació está enfermo y débil. Ha
estado a las puertas de la muerte varias veces aunque al final siempre se ha
recuperado. Ojalá supere su debilidad. ¡Lo queremos tanto…!
Voy a acercarme a la playa a recoger algunas conchas para
hacerle un juguete.
- Pero,
¿qué es aquello?
Me tiro al
suelo y me escondo tras la vegetación, aterrorizado.
En el mar hay un animal enorme. Nunca he visto nada parecido.
Se acerca lentamente a la orilla. Hacia mí.
- ¡Dioses,
que no me vea!
Ahora que está
más de cerca dudo que sea realmente un animal. Parece más bien una especie de
barca, como las que utilizan los Huanatu del sur, pero oscura, mucho más grande
y sólida. Tiene, sujetos a unos gruesos palos, unas telas gigantes, que se
hinchan con el viento. Algunas de ellas están decoradas con un dibujo siniestro.
Parecen dos palos cruzados de color rojo.
Ya está. Ha
llegado a la playa. Contengo la respiración.
Se oyen
gritos. De la enorme barca bajan dos tipos de seres. Unos parecen hombres, aunque
con pelo en la cara y extrañas vestimentas. Otros, sin duda, son monstruos.
Mucho más grandes, con cuatro patas y dos cabezas. Parecen los jefes.
¿Serán
dioses? ¿De dónde habrán venido? ¿Serán benévolos o querrán aniquilarnos?
Comentarios
Publicar un comentario