por CLF
Soy un viejo cofre de madera de teca, fabricado a mano a comienzos de siglo
XX, con la tapa abovedada, asas en los extremos imitando los baúles de esa
época, y cierre sin llave, con un enganche que gira entorno a un tornillo
fijado en la tapa. Todos estos herrajes son de latón, con dibujos labrados. Ya
tengo algunos achaques por el paso de los años: el cierre está roto, he perdido
el brillo que tenía originariamente porque el barniz mate está gastado en
algunas partes y, por avatares de la vida, ahora mismo estoy casi cubierto de
lodo.
En 1930, Antonia Palacios y Eugenio Viñas paseaban cogidos del brazo por
las ramblas de Barcelona. Estaban de viaje de novios. Antonia me vio en el
escaparate de una tienda de recuerdos de la ciudad. Fue un amor a primera vista.
Así que Eugenio no tuvo mas remedio que rascarse el bolsillo. De este modo
empecé a formar parte de la familia Viñas Palacios, residente en una pequeña
aldea de Huesca, a orillas del río Cinca.
Cuando regresaron al caserón me dispusieron sobre un mueble, junto a la
entrada de la casa, con el cometido de que guardara las llaves: la mas grande
era la del portalón de la entrada que por su tamaño parecía la de un castillo.
Luego había dos de menor tamaño que abrían el pajar y las cuadras, y por
último, la mas pequeña, la de la fresquera.
Así pasé veinticinco años viendo como aumentaba la familia, primero los
hijos, hasta cuatro que fueron marchándose a servir a l'Ainsa. Luego llegó la
primera nieta, Anita Cosculluela Viñas, hija de Cosme y Rosa, la primogénita de
la familia Viñas Palacios a quien correspondía heredar, trabajar y conservar la
hacienda.
Cuando Anita tenía un año y medio, una fría mañana de octubre, el nivel del
río subió tanto que toda la familia tuvo que salir de la casa con el agua hasta
las rodillas, salvando lo que pudieron. Cosme cogió a Anita en brazos y al
salir me recogió a mí también. Con mucho miedo, porque el río no paraba de
crecer, se dirigieron hasta el cajón, que era el único medio de cruzar hasta el
otro lado de la ribera. Cosme hizo un primer viaje con Anita, Rosa y su suegra,
mientras su suegro se dirigió a poner a salvo los animales de la cuadra. Después de soltar los
animales, cerraron todas las puertas, y ya con el agua hasta la cintura,
subieron Cosme y su suegro al cajón, con tan mala suerte que al empezar a tirar
de la sirga para cruzar, yo caí al agua. Me quedé unos instantes flotando sobre
el Cinca, en un remanso de la orilla. Cosme quiso volver atrás para recogerme
pero Eugenio se lo impidió. La corriente del rio me llevó primero aguas abajo y
luego, como el cierre estaba roto, y las llaves pesaban lo suyo, acabe por
hundirme hasta el fondo.
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