por CLF
La primera
vez que la vi pensé: es más joven que las demás. Dijo que se llamaba Conchi y
que era la profe de lengua. Era menuda, pelo corto rizado, gafas modernas y muy
inquieta. Era distinta. Enseguida nos dimos cuenta. No elegía autores clásicos,
como hasta entonces habían hecho otras profesoras, sino textos actuales.
Recuerdo especialmente dos.
Finales de
septiembre del 75. En casa, durante el verano,
había oído a mi padre decir, mas bien susurrar, que Franco estaba
agonizando y que incluso algunos decían que ya había muerto. Yo vivía ajena a
los aconteceres de esa clase, de ese tiempo. Solo tenía once años. Me daba
cuenta de que debía de ser algo muy importante, por el tono de voz tan grave de
mi padre, porque hablaba bajito, como si las paredes pudieran oír y porque me
miraba de reojo.
Pasado el
verano, con la vuelta a clase, fue Conchi quien intentó que abriéramos los ojos
al mundo, porque, como decía ella eran tiempos para estar siempre atentas,
siempre despiertas. Un día, nos leyó un texto de un periódico que narraba el
fusilamiento de cinco presos, condenados a la pena capital, en Madrid,
Barcelona y Burgos. Y empezó a hacernos preguntas del tipo qué os parece, por
qué creéis que los han matado, ¿pensáis que es justo?. La verdad es que ni yo
ni el resto de la clase sabíamos qué contestar. Y Conchi, que era muy lista,
cambió de tercio y empezó a analizar el lenguaje periodístico del artículo.
Otro día
trajo un artículo de Francisco Umbral sobre los anticonceptivos. Ni que decir
tiene que nunca habíamos oído hablar de ese escritor, y mucho menos de la
píldora: ¡estábamos en un colegio de monjas! Nuevo silencio en la clase. Todas
la mirábamos como si fuera marciana y ella parecía preguntarse qué hacía allí.
Así eran las clases con Conchi, hasta que pasados dos o tres meses vino Sor
Práxedes, la directora, a decirnos que Conchi ya no iba a volver.
Nunca supe
qué pasó realmente. Circuló el rumor de que la Guardia Civil la había detenido.
Nieves Alvarado le había contado a su padre, que era militar, como eran las
clases de lengua.
Con su
desaparición, Conchi consiguió, por fin, que despertáramos, que empezáramos a
hacernos preguntas. Y que yo todavía la recuerde.
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