Ir al contenido principal

El desconocido

por Miguel Angel Marín

En todos los entierros hay un desconocido, alguien de aire grave en quien nadie se fija demasiado, que no es de la familia y permanece todo el tiempo con las manos atrás.

Tanatorio de Torrero, Alexia González, sala 16. Carlos recibía hundido los pésames, sentidos o huecos, de familiares y amigos, por el fallecimiento de su mujer tras un estúpido accidente de tráfico. Se había ido en la flor de la vida, dejándolo con una enorme sensación de vacío, con un regusto de ausencia infinita. Embotado como estaba, tardó un buen rato en percatarse de aquella presencia extraña, como fuera de lugar. De hito en hito lo espiaba de soslayo. Se fijó en que no saludaba a nadie y que nadie se le acercaba. Era un hombre joven, alto y bien parecido aunque se le veía apesadumbrado. Alguien así encarnaba al tipo de hombre que podría haber resultado atractivo para la fallecida. Una idea oscura trepó a la mente de Carlos. Recordó aquel viaje que su esposa realizó a Córdoba hacía ahora un año. Se fue por motivos de trabajo, una semana o así. Cuando volvió, apreció en ella una alegría renovada, una flexibilidad en su cuerpo y en sus maneras como las que tenía antaño y que a él le enamoraron. Achacó el cambio de ánimo a algún éxito laboral conseguido, o a una oportunidad de promoción cercana. Y sin embargo…Volvió a desplazarse a Córdoba tres veces más este último año. Fueron periodos más cortos, dos o tres días a lo sumo. Pero cada vez que volvía notaba ese cambio en su carácter, una despreocupación y una ilusión nuevas. Y la duda se agarró con fuerza a su corazón.

Allí seguía aquel hombre, olvidado de todos, impasible. Más vale que no tenga acento andaluz. Sería de un descaro imperdonable. Lo mato. A Carlos le temblaban las manos, su sangre hervía y sus ojos se inyectaron de odio. Al final se decidió y se acercó al intruso.

-          Disculpe, ¿era Vd. Amigo de Alexia?

-         ¿Alexia?

Carlos no apreció acento andaluz, pero quién sabia…

-     Sí, Alexia González, mi mujer – dijo elevando quizá demasiado el tono de voz.

Le miró como si le hablase un marciano

-          Yo…solo quería presentar mis condolencias por la muerte de Alicia Gonzalvo, velatorio 18. Perdone, creo que me he equivocado de sala.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El collar desaparecido

por Miguel Angel Marín Cuando María abrió la puerta de la mansión aquella noche, desconocía que iba a llevarse el susto de su vida. Enmarcado por la luz de un relámpago, apareció la figura de un hombre altísimo de tez muy blanca y ojos claro, casi transparentes. Mostrándole una placa y con voz de ultratumba, el albino dijo: —      Inspector Negromonte. María lo hizo pasar al salón principal donde ya lo esperaba un nutrido grupo de personas. D. Adolfo, marqués de Enseña, señor de la casa, estaba algo molesto por la reunión a tan intempestivas horas. También estaban Dª. Clara, su mujer, de mediana edad, algo gruesa y con cara de pizpireta; Lucas, el mayordomo, un hombre delgado y de rictus estricto; Esteban, el mozo, jardinero y chófer, un hombre joven y fuerte que no parecía tener muchas luces; D. Augusto, administrador del marqués, un hombrecillo mayor que se veía muy nervioso; El padre Santiago, asesor espiritual del marqués y amigo de la familia; Mar...

Intruso

  PARA VOLVER A METERSE EN EL ATAÚD  tendría que encogerse bastante, darse prisa y apartar un poco el cuerpo que reposaba inerte sobre la dura superficie de madera. Se oían voces fuera, que callaron al escuchar el cierre de la tapa. -¿Quién anda ahí? Escuchó la voz amortiguada del viejo sacerdote que recorría el pasillo central de la capilla. Podía imaginarle, sorprendido por la oscuridad, porque hasta la pequeña lamparilla del sagrario estaba apagada. Desde dentro del féretro ella escuchaba muy fuerte su propia respiración, aunque cada vez más tenue. Nunca supo que el sepulturero había comentado después en el bar: – Con lo flaco que estaba y cómo pesaba el cabrón… ¿A quién se habrá llevado a la tumba?

El naufragio

  Por Eva Fernández La primera vez que lo vio sin gafas sus ojos solo le parecieron preciosos.  Hoy, que lo ha mirado  mejor ha visto que  ¡Sus ojos son dos islas!- Rodean sus pupilas dunas de arena, bañadas por el mar, con olas que rompen en la orilla cuando pestañea.  Por eso no puede dormir hasta que la marea lo mece y lo aquieta. Si se pone nervioso no  concilia el sueño, se desvela del todo, y esconde las islas tras la bruma de los cristales,  hasta que deja de escucharse el sonido del mar. A veces, cuando pasa eso, ella tampoco duerme.  El otro día pensó que, tal vez, si lo acunaba, o si lo abrazaba, se dormirían por fin y de tanto pensar en abrazarlo, le creció un brazo en la cadera; pero un brazo corto, que no servía para mucho, era muy incómodo para dormir de lado, y en realidad le sobraba, solo servía para sostener el café por la mañana o para llamar al ascensor. Ya solo podía llevar vestidos o faldas con bo...