por CLF
Te vinieron a buscar de madrugada, antes de que apuntara el alba, antes de que la noche se fuera. Te habías levantado con tiempo para preparar los aparejos, para que te invadieran los recuerdos.
Te sentaste a esperar, miraste a tu alrededor: tu viejo caserón estaba ordenado, no viste nada fuera de su sitio. No tenías nada que hacer hasta que llegaran. Sin darte cuenta tu mirada se perdió en el tiempo. Recordaste la última vez que habías ido de pesca. Ya habían pasado cuatro años. Marina estaba aún aquí, estaba contigo, estaba viva. Te invadió la nostalgia, te preguntaste cuánto la ibas a echar de menos ese día. Era ella la que siempre preparaba el barco el día anterior, era ella la que siempre ponía rumbo al mejor caladero, era ella la que siempre te decía cuanto te quería.
Tuviste miedo de echarla de menos hasta morir, de no poder soportar su ausencia.
Recordaste como a esa hora ella estaría frente a ti, asiendo su taza de café con leche con las dos manos, preparada ya para salir. Recordaste como cargabas la furgoneta con las redes, las cañas y el cebo mientras ella se enfundaba su gorro y su impermeable. Y bajabas con ella desde San Prudencio hasta el puerto de Guetaria, entre las viñas de txakoli, con el camino alumbrado por luciérnagas. Y ella te contaba que las que volaban eran machos y las que se veían en el suelo, con mucha mas luz, eran las hembras. Las luciérnagas nunca se mudan, viven y mueren en el mismo lugar
Cuando llegabais abajo, todavía de noche, ella soltaba amarras del “ Samuel y Marina”, subía a bordo y ponía rumbo al paraíso. Aún no habías podido cambiar el nombre de tu txalupa.
Tal vez nunca podrás.
Te vinieron a buscar de madrugada pero era demasiado tarde. Tu ya habías estado pescando. Tu ya habías regresado. Además, las luciérnagas también habrían muerto ya.
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