por CLF
Su móvil
llevaba sonando media hora, insistiendo cada cinco minutos. Al final, Olivia
abrió los ojos, miró el reloj y se incorporó con ímpetu. Hoy también iba a
llegar tarde al trabajo. Estuvo unos minutos sentada en el borde de la cama decidiendo
qué ponerse. Sí, se pondría el jersey marrón con el foulard gris, los vaqueros
y las botas marrones. Sacó las prendas del armario y las dejó sobre la cama. Tenía
quince minutos para salir a la calle. Fue corriendo a la cocina, llenó su taza
de leche y la introdujo un minuto en el microondas. La sacó, cogió un sobre de
café soluble y otro de azúcar de caña, una cucharilla y se sentó junto a la
ventana del salón. Todavía era de noche. Hacía frío pero estaba espejado. Podía
ver un pedacito de cielo estrellado sobre la manzana de casas d enfrente.
Después del primer sorbo de café con leche, encendió el primer cigarrillo del
día. Volvió a mirar el reloj. Ahora le quedaban solo diez minutos. Cinco para
fumar ese cigarrillo mientras programaba el día y cinco para lavarse los
dientes y vestirse.
En el
trabajo, hoy tenía que acabar el informe que había empezado ayer, y tal vez le
diera tiempo a revisar un nuevo expediente. También tenía cita con el dentista:
una nueva ciudad implicaba un nuevo dentista y algo de miedo. Se acabó el
cigarrillo. Se acabó la programación del día. Llevó el cenicero y la taza hasta
la cocina. Miró la taza. “Aquí bebe la mejor hermana del mundo”. Sonrió por
dentro. Tenía que encontrar un hueco, durante la mañana, para llamar a su hermana
pequeña.
Se fue
corriendo al baño. Se aseó. Se cepilló el pelo enérgicamente. Se vistió. Cogió
su bolso y después de mirarse en el espejo del recibidor, estaba preparada para
salir. Cerró tras de sí la puerta blindada del apartamento. Un nuevo día había
comenzado.
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