Por Eva Fernández
- Maribel, ayudame con la
ensalada. Que van a llegar y no habremos terminado.
Isabel picaba tomates en un barreño y la madre cortaba cebolla en otro para mezclarlos con la lechuga y el resto de los ingredientes antes de repartirlos en las ensaladeras que irían a la mesa.
- Madre, ¿Qué se celebra?
- Nuestro aniversario, hija. No es hoy, pero como para la Virgen de agosto podíais venir todos...
Isabel no recordaba que sus padres hubieran celebrado ningún otro y, despreocupadamente, preguntó:
- Entonces, ¿cuántos años hacen?
Isabel picaba tomates en un barreño y la madre cortaba cebolla en otro para mezclarlos con la lechuga y el resto de los ingredientes antes de repartirlos en las ensaladeras que irían a la mesa.
- Madre, ¿Qué se celebra?
- Nuestro aniversario, hija. No es hoy, pero como para la Virgen de agosto podíais venir todos...
Isabel no recordaba que sus padres hubieran celebrado ningún otro y, despreocupadamente, preguntó:
- Entonces, ¿cuántos años hacen?
- Veinticinco. – Le contestó la madre, casi en un susurro,
seca. Entonces salió a toda prisa al comedor a poner la mesa, le preparó la muda
a su marido para que se cambiara cuando
llegara de la huerta, o del bar- si es que había decidido celebrarlo por su
cuenta- y volvió, secándose las manos en
el delantal.
- Madre, no pueden ser
veinticinco. Tiene usted que estar confundida. Yo tengo quince, Pablo
veintiocho, así que por lo menos tienen que ser veintinueve.
- No, hija. Veinticinco. – Suspiró.- Tu hermano ya tenía cuatro cuando... - Murmuró mientras sacaba del horno el cochinillo y pinchaba las patatas
- No, hija. Veinticinco. – Suspiró.- Tu hermano ya tenía cuatro cuando... - Murmuró mientras sacaba del horno el cochinillo y pinchaba las patatas
Años después, Isabel recordó
aquella historia tan rara que su madre, Paula, le había contado, una fría tarde
invernal, al calor del brasero.
En el relato, una Paula mucho más joven miraba
a la calle desde el patio de casa de sus padres, cuando vio algo brillar en la
calle ¡una medalla! Al no llegar a cogerla desde el portal, lo intentó con un
palo.
-Pero madre, ¿por qué no salías a cogerla? – había preguntado extrañada la pequeña Isabel.
- No, no; no podía salir, no podía...
-Pero madre, ¿por qué no salías a cogerla? – había preguntado extrañada la pequeña Isabel.
- No, no; no podía salir, no podía...
Ahí se quedaron clavadas en
la memoria de Paula, la medalla y la impotencia de de no haber podido salir de
casa en todo el embarazo,… por eso les había ido señalando el camino a sus hijas, y rezaba para que la historia no
se volviera a repetir.
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