Por Eva Fernández
Vió un pasillo de baldosas
blancas y negras, como un tablero de ajedrez, y una puerta enfrente, idéntica a
la de su habitación, y el pasillo que
giraba a la izquierda.
Intentó abrir la puerta otra vez,
pero estaba cerrada. Entonces gritó:
- Hola, ¿Hay alguien? ¡Dejenme salir!
Escuchó una
voz desde el otro lado del pasillo que le preguntaba:
- ¡Hola!¿Eres nueva?
- Soy
Alicia. No sé qué hago aquí. Me he despertado y estaba encerrada en este
cuarto. ¡Sáquenme de aquí! – Gritó, golpeando la puerta.
- - Alicia, ¡Eres tú! Nos han encerrado a todos, te
estábamos esperando. Nos tienes que rescatar.
- ¿Qué quieres
decir? Creo que te estás confundiendo. No sé quién eres.
-
¡Estúpida!- Dijo la misma voz. Soy el conejo
blanco, parece mentira que no nos conozcas.
Llevamos meses esperándote. Tranquilízate. Busca como salir y sácanos. ¡Eres la protagonista de nuestro cuento!
Alicia miró a su alrededor. Una cama pequeña en un rincón, una silla,
una mesita al lado con un vaso de agua y dos pastillas. Una blanca y una azul. Las paredes lisas, encaladas,
el suelo de damero, igual que el del pasillo y un ventanuco alto cerrado con
una reja.
Movió la cama hasta la ventana y
se subió. De puntillas llegaba a asomarse un poco. Daba a un patio interior. Contó las ventanas.
Ocho. Dos por lado. Intentó mover la reja, que no cedió.
- -
¿Podéis asomaros? ¿Puedo veros?
Se fueron
asomando a las ventanitas una anciana disfrazada con una corona, un tipo
despeinado que llevaba un sombrero, un chico con dientes de conejo y un reloj de bolsillo, un hombre de mirada
felina y sonrisa irónica…
¿A qué le
sonaba todo eso?
Estaba muy
cansada. Masticó un trocito de la primera
pastilla y le pareció que crecía.
Entonces chupó la azul recuperando su tamaño normal. Guardó el trozo que le quedaba de la pastilla
blanca en el bolsillo de su vestido celeste, acercó la mesita a la puerta, se
sentó encima, y se tragó la píldora azul. ¿Encogería lo bastante para salir por
el ojo de la cerradura?
Comentarios
Publicar un comentario