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Veintisiete horas

Por Eva Fernández

Abres los ojos.  Te das la vuelta en la cama, hacia mi lado vacío. Y te quedas mirando como el cielo va cambiando de purpura a rosa, luego un poco a naranja para terminar con un azul límpido, sin nubes, que invita a levantarse. 
Suena un pitido.  Y una voz metálica sale de la cajita negra de la mesilla.-  ¡Buenos días!   Son las 7.17 del 1 de julio. El pronóstico es de un día despejado hasta mediodía y tormentas vespertinas.  Quedan 27 horas, 35 minutos y 43 segundos.-
Los pies te arrastran hasta el cuarto de baño. Casi te asustas al ver el reflejo de ese desconocido en el espejo.  El pelo revuelto,  encanecido de repente, los ojos hinchados y rojos de tanto llorar.  Ya no te quedan lágrimas.
Te metes en la ducha y te quedas debajo de la alcachofa hasta que se acaba el agua caliente.  Sales y te secas con una toalla.  ¿Te has enjabonado? No.  Tampoco te importa.
Te pones un pantalón de chándal y una camiseta.  Metes los pies descalzos en unas chanclas viejas y sales al jardín. 
Miras alternativamente el hueco que cavaste ayer y el montículo  con la tierra removida.  De repente caes en la cuenta.  Estoy allí.  Me tuviste que enterrar.  No había nadie más. 
No te preocupes.  No es culpa tuya.  Ya no podía más.  El cáncer ha podido conmigo.  Total, tampoco hay tanta diferencia.   Hemos estado juntos casi hasta el final.  Si es verdad que todo se acaba mañana …
No encuentras razones para seguir vivo, por supuesto no piensas ir a trabajar, hace días que has dejado de ir, como todos, pero tampoco sabes muy bien que hacer… Deambulas de un lado para otro.  El vecino ha hecho una pira con todos sus muebles en su jardín.  Ves como la llamarada sube un par de metros.  Va a arder la casa también.
Te encoges de hombros.  Observas impasible como Juan, nuestro vecino, coge carrerilla y se lanza a la hoguera.  Abres la cancela y echas a correr detrás.  No vas a esperar a mañana.  
-          Ya estamos juntos, cariño.


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