por Miguel Angel Marín
Las dos de la mañana. Todo oscuro.
Escucho desde la cama el frenazo del camión en la calle. El estruendo de las
botas subiendo por la escalera entre gritos de los milicianos. Vienen a por
ellos. Era inevitable. Todo esto está mal. Muy mal. ¿Cómo hemos permitido que
llegaran tan lejos? Vienen a llevárselos. A saber a dónde. Para quién sabe qué. Para nada bueno, desde
luego.
Al momento, golpea con contención
mi puerta.
-
Klaus, por favor, escóndenos.
Es Jacob, mi compañero de trabajo, mi vecino, mi amigo. Sí,
es judío, ¿y qué? Es una buena persona, toda su familia lo son. Nos apreciamos
de veras. Nuestras mujeres son íntimas y nuestros chicos han jugado juntos
desde siempre, incluso fantaseábamos con una relación sentimental entre mi
chico mediano y su preciosa niña cuando fueran mayores.
Silencio.
-
Por favor Klaus, esconde al menos a los niños.-
Implora.
Me pego a la puerta cerrada, escuchando. No digo ni una
sola palabra. Apenas respiro. Un silencio culposo.
Debería ayudarles. Él lo haría por mí, por nosotros. Tantos
favores que me ha hecho en el pasado. Últimamente nos hemos alejado un poco, es
verdad. Por el qué dirán. Para protegernos. Tendría que ocultarlos, impedir su
arresto, no sé, hacer algo. Pero, ¿qué puedo hacer yo? No se puede razonar con
esos bestias. No. Tengo que velar por mi familia. Si no los encuentran en su
casa vendrán a la mía. Pondría a los míos en peligro. Igual hasta se nos
llevaban a nosotros también. Y eso sí que no.
Al final llegan los cafres. Los detienen de malas maneras,
sin miramientos. A todos: padre, madre, niños.
Se los llevan por la fuerza entre empujones, gritos y amenazas. Los
niños aúllan de terror. Los padres imploran clemencia.
Y yo, escuchando tras la puerta sin hacer nada. Temblando
de miedo. ¡Cobarde! Me quedo en silencio derrumbado, llorando.
-
Lo siento, Jacob, lo siento. Entiéndelo.
¿Qué será de ellos? Nunca me lo perdonaré.
Comentarios
Publicar un comentario