por Miguel Angel Marín
Hola Rosa, aquí estoy de nuevo. Ya va haciendo mejor tiempo y
los almendros están en flor, que da gusto verlos. Hace días que no venía, ya
perdonarás, pero es que he estado muy ocupado. Ahora ejerzo de abuelo casi a
tiempo completo. Voy a buscar a los niños al cole y me los llevo a jugar al
parque. ¡Qué majicos son, tan inocentes! ¡Qué orgulloso estoy de ellos! Lo
mejor de la vida, créeme. La nena el otro día me hizo llorar. Me trae un dibujo
de la familia en la que aparecías tú con una corona, como de santa. Con lo
pequeña que era cuando nos dejaste… Y el canijo promete como futbolista, eh,
¡que mete unos chuts…! La que me tiene preocupado es su madre, nuestra Irene.
Desde que le detectaron el cáncer la veo apática y más preocupada por la caída
del cabello que por lo demás. El mes que viene la operan. Quiera Dios que todo
vaya bien, pobre. Y Juan me está sorprendiendo para bien. Se ha volcado con
ella, que ya sabes tú que no las tenía yo todas conmigo. Bueno pues parece que
sí, que la quiere de verdad. Y yo, pues ayudo en lo que puedo, sobre todo con
los niños. Aunque me agotan, no creas, que ya no soy el que era. Pero contento.
De Luis, no sé mucho. Sigue por Alemania trabajando como un burro, pero dice
que bien. No sé yo, pero creo que se ha echado novia, no me ha dicho nada, que
ya sabes cómo es, pero como que lo noto más contento. Y luego dicen que la
economía mejora. ¡Pero si los mejores se nos van fuera! Ah, el otro día me
encontré con Escartín. Todo amable y simpático. ¿Te lo puedes creer? Que si se
alegraba mucho de verme, que en la fábrica me echaban mucho de menos. ¿Qué te
parece? Con lo que el tontolaba ese me puteaba cuando estaba en activo. Es
jubilarte y se olvida todo. Bueno, tesoro, te dejo que se va haciendo tarde y
tengo que ir a recoger a los niños. En cuanto tenga un hueco vengo otra vez a
verte. Un beso.
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