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LA EXPOSICIÓN


Me despierto sobresaltada.  Está totalmente oscuro y no recuerdo nada de la noche anterior.  No es mi habitación, no es mi cama –compruebo- y hay alguien durmiendo plácidamente a mi lado pero no eres tú.   Millones de alfileres se clavan en mi cerebro cuando intento levantar la cabeza de la almohada.  Me duele todo el cuerpo como si me hubiera pasado un tren de mercancías por encima.  Vamos, que tengo una resaca de libro y una laguna sobre cualquier cosa que pasara ayer y sobre el desconocido con el que he compartido cama, y dios sabe que más…
De repente el desconocido se gira y descubro que es Juan, que me abraza somnoliento, medio dormido, y me besa despacio, impregnándome de su olor a madera, a sudor y a mí, a nosotros. Que, de golpe, hace que vuelva a verme vestida y empapada, con mi vestido verde, en su piso, y recuerde… el pasado verano, la tórrida y triste despedida cuando le conté que dejaba Nueva York y volvía a Barcelona, la bronca posterior …, y finalmente,… la nada más absoluta. 
Hasta ayer, que al leer la prensa del día, se me atragantó el desayuno con un anuncio a toda página en La Vanguardia, patrocinado por La Caixa.  Exposición retrospectiva del artista del momento: Juan Guirado, el famoso pintor catalán afincado en Nueva York.  Y mi retrato, a toda página, con el vestido verde a medio poner… o quitar… y mi expresión de éxtasis total… cual Santa Teresa atravesada por la lanza de un querubín.
—Pedro, —me asomé a la habitación-no me espereis a cenar.  Me acaban de poner una reunión.  Estos no saben lo que es conciliar.  —Intenté disimular. —Sergio tiene baloncesto y tendrás que ir a buscar a Marta al inglés.  Le grité desde el pasillo.
Intentaría que quitaran el cuadro de la exposición antes de la inauguración.  Ya era bastante malo haber salido en el periódico, pero cualquiera que viera el cuadro, me reconocería al instante…
Cuando entré al Caixa fórum, Juan les daba las últimas indicaciones a los técnicos del museo.  Me planté delante del cuadro, y esperé a que me miraran, para decir:
—Ya pueden ir descolgando este,… mientras amenazaba con rasgar el lienzo.
Juan y una mujer que estaba en la sala se acercaron a mí, una cautelosa, el otro con una amplia sonrisa.
—¡Que alegría que hayas venido! —se acercó a abrazarme.
—¡Que lo quites ahora mismo! No tienes derecho a exponerlo.  –Me aparté para pedirle.
—Me devolviste el cuadro.—Me recordó.—Eres la estrella de la exposición.  Mi musa.  Si no te pones en evidencia, nadie te reconocerá.  Estás de espaldas.—Observó.
Con lo que no contábamos es que tú estabas en la puerta.  Habías visto un cartel en una marquesina de autobús, el vestido te sonaba, y te habías acercado a la exposición para regálame una copia. 
Fue la gota que colmó el vaso.  En cuanto te ví saliste disparado, con lágrimas en los ojos.  Cuando volví a casa tenía mis cosas en cajas en el pasillo y los niños en pijama, Marta llorando desconsolada en el sofá. 
No me queda otra salida.  Dejo que Juan me abrace y se hunda dentro de mí, para borrar a Marta, a Sergio y a ti, y que los alfileres dejen de clavarse en mi cabeza. 
       



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