Por Andrea Sanz.
La mañana del 13 de marzo de 2017,
Álvaro se despertaría sin saber que ese sería el último día de su vida.
Como todos los días, Álvaro seguía
su rutina mañanera. Se levantaba de la cama, iba a la cocina, picoteaba algo
para desayunar, se vestía y cogía el coche para ir a trabajar.
Tras salir del trabajo, tenía como
costumbre ir a tomar algo con sus compañeros para celebrar el fin de jornada de
ese día. Y lo siguiente que hacía era ir a casa de su novia a pasar la tarde
con ella.
Esa era su rutina de todos los
días. Pero, aquel 13 de Marzo, lo que lo hacía diferente del resto de los demás
días era, que iba a tener el valor para pedirle a Cristina, su novia, que se
casase con él.
Después de pedirle la mano a sus
padres y de mirar en cientos de joyerías en busca del anillo perfecto, ya tenía
todo pensado para que ese día fuera perfecto.
Iría a trabajar, les diría a sus
compañeros que no podía quedarse a tomar nada con ellos, iría a la joyería a
por el anillo que ya tenía reservado desde hacía unas semanas e iría a casa de
su novia.
Todo estaba bien
planificado.
O eso creía él, porque cuando llegó
el día, tras coger el anillo, le entró pánico. Por lo que opto por ir a tomar
esa cerveza diaria con sus compañeros, para así despejar un poco la mente y
relajarse. Y ya tras eso seguiría con el plan.
-
Ey, que alegría verte. – Comentó un compañero
cuando lo vio entrar por la puerta del bar. – ¿no se suponía que hoy no podías
tomar algo con nosotros?
-
Sí, pero es que el recado que tenía que hacer ya
lo he hecho y como me ha sobrado tiempo he dicho, pues me acerco un rato con
los chicos.
-
Bien pensado. – Le sonrió. – Ey camarero, una cerveza más para esta
mesa.
Entre risas, cervezas y algún que
otro chupito de por medio, Álvaro ya se sentía con coraje, así que
despidiéndose de sus compañeros, salió de aquel bar, cogió el coche y se
dirigió hacia la casa de su novia.
Estaba feliz de por fin tener el
valor suficiente para declararse. Estaba nervioso por cómo reaccionaría y que
le respondería. Estaba… Estaba tan ensimismado, que en una curva muy
pronunciada, se salió de la carretera por ir a gran velocidad, volcando su
coche y cayendo por un precipicio de más de 10 metros.
Para cuando la ayuda quiso llegar,
ya era demasiado tarde. Álvaro ya había muerto. Y con él, el deseo de casarse
con Cristina.
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