Por Andrea Sanz.
Cogí mi maleta y abandoné mi casa. No podía aguantar toda
aquella situación. Tenía que huir de esa bestia y esa era la noche indicada.
Por lo que a las 3 de la mañana de un 7 de mayo, me fui.
Dejad que os cuente mi historia.
Todo comenzó un 30 de Mayo cuando me casé con David, un
chico que era majo, atento, cariñoso, dulce… O eso creía yo, porque en realidad
no sabía con quién me estaba casando.
Yo feliz de mí, me casé con él con la esperanza de formar
una familia y tener una vida tranquila. Realmente lo amaba, por eso aquel día
dije "Si, quiero casarme contigo"
Pero que tonta fui. David no era lo que aparentaba. Era...
era horrible.
“¿Por qué?” os
preguntaréis. Lo diré sin rodeos. David me pegaba.
Todo empezó un día en mitad de una tonta discusión, donde
estábamos peleando por tener hijos. Yo quería ser madre y él se negaba a tener
que hacerse cargo de un bebé.
Todo ocurrió muy rápido, estábamos discutiendo, todo fue a más
y... A David se le fue la mano. Se arrepintió al momento, me dijo que no volvería
a pasar y yo le creí.
¡Ja! Ahí, en ese preciso momento comenzó mi tortura.
A partir de aquel día, David fue cogiendo costumbre de
pegarme. De pegarme por cualquier cosa: cuando no le gustaba lo que había
cocinado, cuando me negaba a tener relaciones sexuales, e incluso llegamos a
tal punto que me pegaba cuando la televisión no funcionaba.
Pero lo peor era cuando volvía a casa a las tantas de la
madrugada, borracho como una cuba.
Todos los domingos iba a un bar que había a 5 minutos de
nuestra casa a ver fútbol. Y si perdía el equipo que a él le gustaba, llegaba a
casa y me usaba como saco de boxeo para descargar toda su rabia. Había veces
que me pegaba tanto y tan fuerte, que me desmayaba.
Pero la peor paliza fue la de anoche. En esta me partió el
labio y casi me rompe la mandíbula. Lo peor fue que a pesar de todo el dolor
que estaba sintiendo, esta vez no me desmayé.
Pero he de decir que fue mejor así porque gracias a eso tuve
mi oportunidad de escapar.
Cuando se fue a la habitación, yo me metí en el baño, me lavé
la cara, me quité la sangre y me recogí el pelo.
Tras eso, entré sigilosamente al dormitorio para asegurarme
de que estaba dormido... Y me fui.
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