Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando entradas de marzo, 2020

CUANDO SALÍ A LA CALLE

Por Mª Pilar Usar Cuando salí a la calle, después de una semana confinada. Fui a comprar comida. La tristeza presidia todo el entorno. Todos íbamos con mascarilla, gafas, gorros, guantes, botas. Me llamaron por mi nombre, me volví y vislumbré con dificultad que era una vecina.   Hola, hice el gesto con la mano, de lejos, la fila del supermercado en la calle, era larga, guardábamos las distancias de un metro. Nadie hablaba, a veces con los ojos y un gesto de alzar los hombros era una comunicación, como diciendo “Esto es lo que hay, aguantar” ¿Qué vamos a hacer? Pasábamos cuando otros salían, todo matemático, tres salían, tres entrábamos. Adentro todos deprisa, cómo si nos esperara algo mejor que no fuera nuestro encierro. Silencio absoluto, nadie se paraba a echar una charradica. Los carros llenos, así ya no teníamos que volver en una semana. La casa era nuestro refugio seguro, no un castigo, nuestra protección. La calle silenciosa también, apenas un coche, desolación. Me ...

Segundas oportunidades

Por Olga Muñoz SEGUNDAS OPORTUNIDADES Lo que más asombraba a Eva desde aquel martes 13 de mayo era la velocidad a la que la vida podía cambiar. La suya, apacible aunque algo rutinaria quizás, saltó silenciosamente en pedazos en el momento en que Olmo, llegado de una vida anterior, irrumpió en su consulta. Recién instalado de nuevo en su ciudad natal, tras dos matrimonios fallidos, había pedido traslado a un instituto de Zaragoza, buscando un nuevo rumbo a su vida y la cercanía de sus padres que, ya mayores, comenzaban a necesitar mayor supervisión. Deseaba hacer las cosas bien y ayudar a su hermana en esta tarea. Su estado médico no parecía revestir gravedad. En su última analítica, la PSA era demasiado alta, pero eso no había de ser necesariamente preocupante. Procederían a hacerle otros nuevos tipos de pruebas con  PSA antes de prescribir una biopsia. Eva intentó tranquilizar a Olmo y decidieron tomar una copa esa tarde para celebrar el reencuentro. Ambos se sintiero...

Barrio

Por Olga Muñoz BARRIO Comprueba que la puerta del portal queda bien cerrada, como reza en el cartel que él mismo puso días atrás, que para eso es el presidente de la comunidad. Últimamente está el barrio muy revuelto. Se santigua y escupe hacia la derecha. Siempre hacía la derecha, que Ramiro es un hombre de orden, coherente, previsible.  Va con el chándal viejo de andar por casa y unas zapatillas roñosas. Total, solo baja al chino de la esquina a por una botella de coñac.  Putos amarillos de mierda, invadiéndolo todo. Se están haciendo los dueños del cotarro. Hala bares y tiendas. Hay que reconocer, eso sí, que son currantes. La otra noche a las once vio al chino tumbado en el sofá que tiene al fondo del local. Estos viven para trabajar y no como los niñatos de ahora, los ninis esos, que lo único que quieren es chupar del bote. A esos sí que los enderezaría él. Se mesa el cabello ralo. Está cada día más calvo y eso lo cabrea. Más calvo y más gordo. El prolonga...

Violante

Por Olga Muñoz VIOLANTE Un monólogo interior para el martes. ¡Qué superfácil, me miro el de Molly Brown del Ulysses y fiesta! Mímesis, a copiar. Pero qué cojones, si ni siquiera lo entiendo. Ese libro es endiablado, cuanto más vieja, menos lo entiendo. Eso sí, a Dublín tengo que ir. ¿Superfácil? Y una mierda. Aquí estoy,  fregando, que no hay peor forma de empezar el día y sin una puta idea para el monólogo. Y encima  tengo un fregote de la hostia que cuando me da por hacer comida de aprovechamiento, como dice la Consu, con todo lo que haya en la nevera, organizo unos fazarranchos que luego los tenía que fregar Rita la cantaora. Echo de menos el lavavajillas, pero no cabe en la cocina y obras, ni de coña. Joder, no puedo quitarme La puerta violeta de Rozalén de la cabeza. Olga te estás yendo por las ramas, céntrate en el monólogo dichoso. Joder, sería cojonudo poder meterme una nanocámara por la nariz y fotografiar los pensamientos, el maldito fluir de la concie...

Viudas negras

Por Olga Muñoz VIUDAS NEGRAS Llevaban liadas en aquella absurda y agotadora rivalidad desde que tenían memoria. Y la cosa no parecía ir a cambiar aquel año en que volvieron a coincidir en unos cursos que ambas iban a impartir en la Facultad  de Ciencia y Tecnología del campus de Leioa. Se habían conocido siendo niñas, en el instituto Ignacio Zuloaga, en Eibar, lugar al que sus padres, procedentes del centro del país, habían llegado a principios de los cincuenta. Desde el instante en que se vieron se atrajeron de forma magnética, irremediable y aprendieron, al tiempo, a envidiarse y admirarse en privado  tanto como a detestarse y humillarse en público. Extrañas valquirias de largos miembros y  longuísimas melenas rubias, de piel casi traslúcida, puro alabastro, eran una nota exótica en sus familias modestas y emigrantes. Y también resultaron serlo en el instituto. Grandes deportistas, mentes brillantes, enseguida se convirtieron en las más populares y las má...

La casa

Por Olga Muñoz LA CASA Era el primer viaje de Carmela desde que Ramón se fue. Su último año había sido un auténtico calvario de dolor y soledad. El terapeuta le había aconsejado  un pequeño viaje. Poco convencida, pensó en Puerto  Sagunto. Tenía mar y seguro  que Fran le dejaba su apartamento con vistas. Para qué gastar en un viaje del que seguro no iba a disfrutar. Eran mediados de septiembre y el aire ya empezaba a oler a  otoño. Nunca había viajado sin él y le daba cierto reparo, pero su recién estrenada viudedad la obligaba a aprender a dormir,  a caminar, a viajar sola para siempre; tenía que  aprender a restar uno de la cuenta de su vida. El apartamento era coqueto y funcional y en dos minutos podía estar paseando por la orilla del mar, lo que pronto descubrió que la ponía aún más triste y nostálgica. No aguantaría allí  ni una semana. Pasear y leer. Eso es lo que hacía. Leer y pasear. Y sacar fotos de árboles y ventanas, como siempr...

Óxido en la boca

Por Olga Muñoz Óxido en la boca Camina por el escenario hasta situarse detrás del atril. Aún no se lo puede creer. Está realmente nervioso y emocionado. El premio literario con mayor dotación económica del país ha recaído en su novela Óxido en la boca. Tuvo que vencer muchísimas inseguridades y escrúpulos para presentarse. Pero, en los últimos años, el nivel literario había subido exponencialmente y ya eran varios los escritores de reputada calidad que lo habían recibido. Por qué no él. El auditorio fue quedándose en silencio y, justo cuando miró al fondo de la sala, la puerta se abrió y entró Soledad. El impacto de verla le heló la lengua. Imposible hablar. Ya no era la jovencita irresistible que se apuntó a su clase de Literatura Comparada, pero seguía siendo de una belleza hipnótica. Su larga y ondulada melena pelirroja, su piel de nácar, las formas ondulantes que su elegante traje de pantalón negro apenas podían ocultar. Y la mirada inteligente e incisiva de sus ojos ga...

Bares, qué lugares

Por Olga Muñoz Bares, qué lugares Hace un frío penetrante y afilado, casi ilegal. La cristalera empañada hace que el bar llame a refugiarse en él. Cuando al entrar mis gafas se empañan también, me da una risa bobalicona, porque me acuerdo de mi juventud universitaria, cuando salía de juerga tantas noches con este acerado frío aragonés. Aun así, me pido un vino. Hace tiempo de infusiones, pero me espeluznan, aguas calientes dando saltitos en mi estómago. Soy una indigna hija de mi madre, abstemia, reina de los brebajes calientes. La herencia paterna me atrae al vino y a los bares. El frío y los cristales empañados me ponen melancólica, me hacen recordar. Ojalá aitatxo aún pudiese tomarse unos vinos conmigo, como hacíamos en los últimos años de su vida, cuando yo lo recogía de vuelta a casa y terminaba el poteo con él y sus amigos. Lo veía con el rabillo del ojo mojarse los labios con el tinto, aparentando que bebía pero sin hacerlo. El vino le sentaba mal, pero no supo renu...

Tormenta de caracoles

Por Olga Muñoz  Tormenta de caracoles Nunca olvidaré las largas y lluviosas tardes de los domingos de mi infancia, idénticas unas a otras como gotas de agua. La espalda de amá fregando la vajilla con mucho cuidado para que aitá no se despierte de la improvisada siesta en su sitio en la mesa. Cabeza torcida, el puro bailando al compás de su respiración, a ratos ronca y la ceniza cayéndole como siempre y quemándole la pechera de la camisa. Risas infantiles, cómplices y sofocadas por el vigilante ojo materno. Tardes de domingo y, tras las ventanas,  tozudo cielo gris y el eterno sirimiri . Rutina y aburrimiento. Risitas ahora histéricas y la llegada de las palabras salvadoras, pronunciadas muy bajito: “Niñas ¿por qué no subís a hacerle una tormenta a los caracoles?” Abanico, mortero, mojarropas, linterna. Un cubo de agua bien lleno. Todo el material preparado. Carreras escaleras arriba. Cachis, nadie ha subido la llave. Risas ya desatadas. Piedra, papel, tijera. La pe...

15 DE MAYO DE 2020

                                          15 de mayo de 2020 Cuando salí a la calle sentí la alegría de que una pesadilla había terminado. Mi calle estaba allí, inmóvil, esperándome.   Todo parecía igual pero, por un momento, dudé cual era mi realidad y si los últimos dos meses habían sido un sueño. Me sentí preso de una serie continua de órdenes que me obligaron a caminar   en una   sola dirección. Salgo y,   alegre, siento el calor del sol, respiro libre y veo el color intenso de las flores cuyo aro- ma es la ventana de la primavera que brilla. Todo seguía igual pero todo era diferente. Volví   a saludar al farmacéutico , al panadero y entré a comprar el periódico. Nos hablamos sonrientes pero distantes. Demasiado lejos para compartir ...

El árbol de mi plaza

                                                El árbol de mi plaza Te contemplo todas las mañanas desde el balcón. Hace unos días que has florecido, como cada primavera, aunque lo haces un poco más tardíamente que otras variedades de tu misma especie. Eres ya bastante longevo y tu tronco se ha tornado tortuoso y negruzco. Alguna de tus ramas se ha secado, pero sigues vistiéndote todos los años, hacia finales de marzo, con ese hermoso ropaje de flores rosáceas. Y todos los años seguía de cerca y con atención todo tu proceso de floración, hasta que alcanzabas tu esplendor. Al salir a la calle, cruzaba la plaza, me aproximaba, te rodeaba, te fotografiaba de uno y otro lado, buscando el encuadre más atrayente. En el álbum de fotos anual siempre había un esp...

Amelia

por Miguel Angel Marín Amelia Cuixart González, heredera del emporio farmacéutico Cuixart, fue hallada muerta ayer en su casa de La Moraleja. Se baraja la hipótesis de un suicidio. Aparece ante mí con el cabello revuelto, la ropa arrugada, barba de tres días y la mirada lobuna, cargada de culpabilidad. —      ¿Cómo se te ocurre presentarte así, desaseado y en esas condiciones? Me mira como quien mira llover. —      Tú eres un sinvergüenza. No tienes derecho a nada, ni a un techo que te cobije, ni a un plato de comida. Un poco de respeto al menos. Sigue mirando con apatía, como si la cosa no fuera con él. —      La pobre Amelia desviviéndose por ti y tú tratándola como un trapo. Que si no aparecías a la hora de comer, que si llegabas tarde cuando habíais quedado, que si pasabas de ella olímpicamente, que si volvías bebido y embrutecido tantas noches…Ella que te lo dio todo. Tú eras un muerto de hambr...

LORD

                                                          LORD                  Jesús Añaños Vinué                  Soy LORD, el loro de una acomodada familia. Me llaman así por mi pedigrí y señorio.  Vivo en una amplia jaula de la que es imposible escapar. Es mi destino. Estoy aquí  por el capricho de Berta, la hija menor con quién me relaciono diariamente. Me conside ro listo. Conozco los números del uno al quince y otras muchas palabras que oigo dia riamente. Soy el orgullo de mis dueños. Me asean, liman las uñas y todo el mund...

LA CHICA DE LA BICICLETA ARCO IRIS

                                      LA CHICA DE LA BICICLETA ARCO IRIS El disparo sonó cercano y certero. La muerte vuela incontrolada. El cazador puso en alerta al abuelo Sebastián que, plácidamente, vivía su vejez en la casa de las afueras de CUAMBON.   Situado en el sur oeste de Paris, fue el camino de entrada del ejército Alemán durante la invasión de 1940. Era   la   Se- gunda Guerra Mundial. Había pasado mucho tiempo. Ahora, en pleno Siglo   XXI, disfrutaba con la   vi- sita de su familia   y   especialmente de su nieta CATERINE. A sus veintiún años era profesora como él, y,   los fines de semana,   se divertían pintando la veja bicicleta con los colores Arco Irís. El abuelo agra- decía el ímpetu y la alegría que le trasmitía su niet...