Por Olga Muñoz
SEGUNDAS
OPORTUNIDADES
Lo que más asombraba a Eva
desde aquel martes 13 de mayo era la velocidad a la que la vida podía cambiar.
La suya, apacible aunque algo rutinaria quizás, saltó silenciosamente en
pedazos en el momento en que Olmo, llegado de una vida anterior, irrumpió en su
consulta.
Recién instalado de nuevo en
su ciudad natal, tras dos matrimonios fallidos, había pedido traslado a un
instituto de Zaragoza, buscando un nuevo rumbo a su vida y la cercanía de sus
padres que, ya mayores, comenzaban a necesitar mayor supervisión. Deseaba hacer
las cosas bien y ayudar a su hermana en esta tarea.
Su estado médico no parecía
revestir gravedad. En su última analítica, la PSA era demasiado alta, pero eso
no había de ser necesariamente preocupante. Procederían a hacerle otros nuevos
tipos de pruebas con PSA antes de
prescribir una biopsia. Eva intentó tranquilizar a Olmo y decidieron tomar una
copa esa tarde para celebrar el reencuentro.
Ambos se sintieron
profundamente emocionados al verse de nuevo y pasaron una agradable velada
rememorando sus locos, intensos e inocentes años de amor. Lamentaron haber
perdido el contacto y se propusieron retomar su amistad. Eva, solícita, se
ofreció para introducirlo en sus círculos sociales. Olmo, que conocía su
interés por la literatura, le sugirió que se apuntase al Taller de Escritura
Creativa que él mismo iba a comenzar a impartir ese verano. Eva aceptó
encantada.
Cuando le comentó a Alfredo la
visita de Olmo, su marido se alegró, porque, desde que su hijo se independizara,
notaba a Eva un poco tristona y melancólica, algo desganada. Seguro que ese
amigo recién llegado la animaría.
Y ciertamente la animó.
Quedaban para ir al cine, al teatro, a exposiciones, a presentaciones de
libros…Tenían intereses comunes y disfrutaban estando juntos. Al calor del
alcohol, compartían confidencias y risas. La comunicación entre ellos era
fácil, muy fácil. Al fin y al cabo se conocían desde casi críos.
El pequeño diosecillo alado
estaba ya apuntando las flechas de su carcaj con un rumbo cierto.
En la última sesión de
escritura creativa, Olmo les había encomendado escribir un relato de tres mil
palabras con un argumento sobre infidelidad y problemas éticos. Eva llevaba
días dándole vueltas. Aunque en un principio consideró el tema algo manido, poco
a poco los personajes fueron calando en ella. Los llevaba en la cabeza
constantemente.
Tras
sufrir un ictus, Luis, iba a ser intervenido por Pablo, el neurocirujano
protagonista. Viejos amigos y más tarde rivales, Luis era la actual pareja de Elena,
ex mujer de Pablo, con quien había comenzado su relación cuando todavía estaban
casados.
Médicamente
hablando, la cosa no pintaba bien y las secuelas podrían llegar a privarlo de movilidad,
amén de quedar temporal o definitivamente afásico. Pensar en Luis, simpático,
ambicioso, vividor, con reconocidas habilidades sociales, postrado en una silla
de ruedas y sin apenas hacerse entender rompía el corazón de Pablo. Y pensar en
Elena, su ex, a la que aún amaba, asumiendo la carga de su cuidado, no mejoraba la situación.
Eva se sentía cada día más cercana
a Pablo. Quizá porque ambos eran médicos, pero también por el sufrimiento que
los amantes habían infligido al doctor. Cómo podía Elena haber sido tan
desleal. Y Luis le evocaba constantemente a su alocado Olmo, que un día, en su
casa, la había invitado a unas rayas de coca. Fue una noche divertidísima, en
la que hablaron por los codos hasta el amanecer. Incluso se acariciaron
levemente. Nada de qué arrepentirse, pero mejor era no inquietar a Alfredo con
esas tonterías. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene derecho a sus pequeños secretos.
Mientras, las pruebas de Olmo
se iban sucediendo y Eva acabó prescribiendo la biopsia. Así descartarían el
cáncer y estarían todos más tranquilos. No quería dar ningún paso en falso.
Su meticulosidad la llevaba de
nuevo a pensar en Pablo, al que, cuatro días antes, había dejado lavándose para
entrar al quirófano, donde anestesiado lo esperaba Luis, porque no sabía qué
resolver. No quería dejar a Luis disminuido de por vida, pero no encontraba la
forma verosímil de que su curación fuera absoluta. Por otra parte, si lograba
salvarlo, quizás Elena, sin obligaciones morales de por medio y con un Luis
eufórico, por disponer de una segunda oportunidad, se atrevería a dejarlo y volver con Pablo que era lo que en
el fondo deseaba. Una segunda oportunidad también para ellos.
Menos mal que el profe les había dado un mes para entregar
el relato, porque Eva no acababa de decidir el final.
Y allí seguían -Pablo
lavándose meticulosamente para intervenir; Elena, atormentada, en la sala de
espera; Luis anestesiado- cuando, una semana después, los resultados de la
biopsia de Olmo hicieron comprender a una Eva llorosa y aplastada por el peso
de la realidad que ya no era necesario seguir pensando un desenlace.
Su profesor de Escritura Creativa no lo iba a llegar a leer. Nunca.
Su profesor de Escritura Creativa no lo iba a llegar a leer. Nunca.
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