Y SE FUE SOLA
Cogió su maleta y abandonó la
casa. Lo hizo antes de que su hijo regresara de su trabajo. No se quería
despedir. O quizás no podía.
Angela ya había cumplido
ochenta años. Todos vividos en la casa que abandonaba. La maleta pe-
sa poco, muy poco. Sólo
cartas y fotos. No necesita más. También se lleva sus recuerdos.
Deja atrás lo que un día
fueron calles estrechas de piedra y tierra que la lluvia convertía en char-
cos y barro. Los frondosos
árboles formaban callejones oscuros, donde se ocultaban jóvenes acu-
rrucados y abrazados bajo los
balcones. En la oscuridad, detrás de los visillos en las ventanas, al-
gunos ojos extraños miraban
la identidad e intenciones de los
aprendices a enamorados.
Se lleva el olvido del
silbato del afilador con su bicicleta y su piedra esmeril que, al contacto con
las tijeras de las modistas, lanzaba chispas de fuego y alegría.
Siente el calor de la
herrería donde JACINTO alimentaba la fragua con un gran fuelle, creando así
un fuego incandescente capaz
de dominar el hierro.
Aquella noche, escuchó decir
a su hijo que no podía desarrollar su vida laboral si su
madre seguía viviendo en la misma casa. Necesitaba dedicarse sólo a su trabajo.
Le dolió. Olvidaba cuando ella
le ayudaba y cuidaba Y en ese momento pensó en marcharse sola.
Por ello cogió la maleta y
se fue lejos. No fue fácil la decisión.
Cerró la puerta y recordó
a su ma-
rido que luchó por su hijo y
los suyos. Ojala viviese. Cuando las cosas eran duras, se sentaba y liaba con
destreza un cigarrillo. Impecable. Su mechero se encendía cuando su áspera mano
golpeaba, con tacto, la piedra que hacía
saltar la chispa y prendía la mecha. Y
ésta al cigarrillo.
La maleta va llena de
emociones. Sólo las buenas aunque algunas duelen. Quizás el tiempo
le deje crear otras nuevas.
Angela sentía el comienzo del final de su vida que, a veces,
era la historia de lo que pudo ser
y no fue.
-
¡Taxi!
-
Buenos días
señora. ¿Dónde la llevo?
-
A ésta dirección,
le dijo, enseñándole una tarjeta.
-
¡Ah! ¡Sí! Residencia “El descanso”. Tengo ahí a mi
padre y está feliz, contestó el taxista.
-
Pero, ¿Está por
su voluntad?, preguntó Adela
-
El vértigo de la
vida, implacable, ahoga voluntades y
crea necesidades contestó el conductor.
Si uno no está donde quiere,
ni con quién quiere, no puede ser feliz. Y una lágrima humedeció los
ojos de Angela.
Jesusañaños2019
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