El árbol de mi plaza
Te contemplo
todas las mañanas desde el balcón. Hace unos días que has florecido, como cada
primavera, aunque lo haces un poco más tardíamente que otras variedades de tu
misma especie. Eres ya bastante longevo y tu tronco se ha tornado tortuoso y
negruzco. Alguna de tus ramas se ha secado, pero sigues vistiéndote todos los
años, hacia finales de marzo, con ese hermoso ropaje de flores rosáceas.
Y todos los años seguía de cerca y con atención todo tu
proceso de floración, hasta que alcanzabas tu esplendor. Al salir a la calle,
cruzaba la plaza, me aproximaba, te rodeaba, te fotografiaba de uno y otro lado,
buscando el encuadre más atrayente. En el álbum de fotos anual siempre había un
espacio reservado para “el árbol de la plaza”. Este año me contento con
contemplarte desde el balcón y sacarte una foto con el zoom en la que apenas se
adivinan tus flores. Seguramente, cuando este confinamiento termine y pueda
volver a acercarme a ti, tus flores ya habrán desaparecido y se habrán
desplegado las hojas en forma de corazón por las que te han bautizado como el
árbol del amor. La primavera ha seguido su curso, ajena a lo que estaba
ocurriendo. Los árboles y plantas han vuelto a florecer como cada año y más
adelante darán sus frutos, aunque nosotros no podamos disfrutar de ella como
nos gustaría. Tal vez así aprendamos a valorar más y a cuidar nuestro entorno
en el futuro.
Hoy las calles nos resultan inhóspitas y amenazantes. Los
ruidos que hace poco nos irritaban han dado paso a un silencio sobrecogedor que
nos abruma, solo roto de vez en cuando por el sonido de una ambulancia que pasa
veloz y que nos sobrecoge todavía más.
Cuando esto escribo hemos comenzado la segunda quincena de
reclusión y se ha decretado el cierre de toda actividad no esencial. Creo que
no peco de excesivamente pesimista al pensar que esto va a prolongarse más allá
de otros quince días. Las cifras de contagiados y fallecidos no dejan de aumentar,
los hospitales están desbordados , la economía va a sufrir un grave deterioro…
Pero, a pesar de todas las dificultades, no nos podemos permitir que los ánimos
decaigan. Se lo debemos a todos los que “se están dejando la piel” ( frase
hecha, no por tan usada estos días, menos verdadera), a los que se han quedado
en el camino, a los que ahora mismo están sufriendo esta situación de una u
otra manera, y nos lo debemos también a nosotros mismos, a los que sólo se nos
pide quedarnos en casa.
Me pregunto
qué es lo primero que haré cuando esta pesadilla termine, pero me resulta
difícil encontrar una prioridad. ¿Caminar sin rumbo fijo o llegar hasta el río,
cuyas aguas no habrán dejado de fluir, como he hecho tantas mañanas de domingo?,
¿saludar a los vecinos, abrazar a los amigos, besar a todo el mundo?, ¿llorar
de alegría y de pena al mismo tiempo? ¿celebrarlo con todos los que quiero? No
sé…dependerá de lo que pida el cuerpo, o más bien, el alma. Quizás tendrá que
pasar un tiempo en el que todavía sentiremos miedo y miraremos a los demás con
recelo y cautela. Sí se me ocurre una pequeña frivolidad, regalarme una visita
a la peluquería que atenúe los estragos de mi pelo teñido, surcado ahora por
abundantes e irreverentes canas. Porque como decía un chiste que circula por
las redes “al final de la cuarentena veremos cuántas rubias reales hay”. Y
hablando de redes, aunque podamos sentirnos atosigados por tantos wasaps y
videos como recibimos estos días, yo bendigo la tecnología, que nos permite
estar más unidos que nunca, que nos abre una ventana al mundo, que nos facilita
el acceso a la cultura, a la actividad física dentro de nuestras casas, que nos
hace reír y nos levanta el ánimo. Pero también aborrezco a los que la usan para
transmitir informaciones falsas o derrotistas.
Espero con
ansiedad que esto termine cuánto antes y de la mejor forma posible, pero anhelo
más si cabe, que saquemos una enseñanza positiva de todo ello y que una vez
superado no seamos tan olvidadizos como solemos. Que aprendamos a valorar lo
que de verdad importa, a disfrutar de lo que tenemos, a ser más solidarios, a
enfrentarnos a los problemas con valentía, a convivir en paz. En definitiva, a
ser más humanos en el mejor sentido del término.
Acabo de
cerrar el balcón después de los diarios aplausos de las ocho y, como todavía te
llegaba el reflejo del sol, debido al cambio de hora, he creído vislumbrar
desde la lejanía que tus flores ya dejan entrever el verde tierno de tus hojas
primerizas. El verde de la esperanza.
Yo no sabría expresarlo mejor. Me has emocionado. Gracias!
ResponderEliminarGracias a ti, Eva, pero seguro que si te pones a ello, sabrás expresar lo que sientes mejor que yo.
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