LORD
Jesús Añaños Vinué
Soy
LORD, el loro de una acomodada familia. Me llaman así por mi pedigrí y señorio. Vivo
en una amplia jaula de la que es imposible escapar. Es mi destino. Estoy aquí por
el capricho de Berta, la hija menor con quién me relaciono diariamente. Me
considero
listo. Conozco los números del uno al quince y otras muchas palabras que oigo
diariamente.
Soy el orgullo de mis dueños. Me asean, liman las uñas y todo el mundo admira
el azul de mis alas cuyo final dorado es la sensación de la ciudad. Que digo de
la ciudad, del país. Mi pico, siempre
amenazante, es acariciado por bellas señoritas, alguna
dama y, a veces, soporto un despistado borracho. ¡Cuánta admiración¡ Me conocen
y todos
saben que sólo hablo bajo el estímulo de pipas o cacahuetes. Cuelga mi jaula,
imperial,
junto a la ventana principal del salón. Vivo sus vidas que, a diario, son el
espejo de
vanidades y engaños. Hipócritas, ríen, hablan y se engañan en una crítica al
ausente.
El
gran salón es testigo de lo indebido. Atractivo, mide el tiempo donde lo
probable es posible y lo posible no siempre es. Cómodos sillones de piel rodean
una cara mesa de caoba
negra. Es símbolo de la riqueza del lugar. Sillas tapizadas en terciopelo de
color oro
vigilan los majestuosos candelabros dorados que, inmóviles, recuerdan velas y
misales
En
el techo, un cielo de estrellas y colores deslumbra centelleante cuando se
enciende la lámpara
con infinitos cristales de brillos cegadores. Antiguos y cotizados cuadros
retratan la saga
familiar que,colgados de las altas paredes, reciben reflejado el matiz de la gran alfombra
roja. Siento la soledad de estar entre las veinte barras que me encierran. A
veces me
gustaría poder escapar y vivir mi propia aventura. Nunca será posible. Quizás
no volvería.
No obstante, disfruto de las historias de ésta casa. Todo parece pero nada se
entiende.
Lo ilógico proyecta una verdad escondida de una familia que vive los placeres
prohibidos.
-Cariño,
llama el señor a la sirvienta cuando, solos, se cogen por la cintura.
-Corazón,
le dice la señora el joven chofer al esconderse por el garaje.
-Mi
chica, susurra Berta a su profesora de música mientras bailan desnudas.
Hoy
ha sido un día triste y difícil. La abuela de todos ha sido asesinada en la
puerta del salón
para robar sus joyas. La herida le ha alcanzado, dese atrás, el corazón. Solo
pude ver,
en el asesino, un tatuaje con el número siete.
A
los quince minutos ha llegado el comisario Mauro. Alto y elegante, siempre va
detrás de
su bigote minuciosamente recortado. No nos agradamos mutuamente. Observa,
comprueba y finalmente sonríe. Algo prepara.
-A
las cinco todo el mundo en el salón, incluido jardinero y chofer. Parece
evidente.
Al
marchar, mirándome, comentó :
-Si
el pajarraco éste fuese listo nos diría el nombre del autor.
-Poli
tonto. Poli tonto. Ha sido el siete.
Reunidos
a las cinco, Mauro mandó firmar un papel a cada uno de ellos.
-Qué
habrá deducido el Einstein éste, pensé.
Finalmente
detuvo al chofer.
-¿Por
qué? Preguntó
-Porqué
sólo Vd. ha empleado la mano izquierda, que fue la única, por la forma del impacto, capaz de ejecutar los hechos.
Además, lleva un tatuaje con el número siete.
-Pajarraco,
dijo Mauro. Aunque era el siete, me gustaría freirte con patatas a doscientos grados.
-Señalándole
con el pico, pensé: Ojala se te dispare la pistola y lo primero que encuentre el tiro sea tu sien.
Comentarios
Publicar un comentario