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LA CHICA DE LA BICICLETA ARCO IRIS


                                      LA CHICA DE LA BICICLETA ARCO IRIS


El disparo sonó cercano y certero. La muerte vuela incontrolada. El cazador puso en alerta al abuelo
Sebastián que, plácidamente, vivía su vejez en la casa de las afueras de CUAMBON.  Situado en el sur
oeste de Paris, fue el camino de entrada del ejército Alemán durante la invasión de 1940. Era  la  Se-
gunda Guerra Mundial. Había pasado mucho tiempo. Ahora, en pleno Siglo  XXI, disfrutaba con la  vi-
sita de su familia  y  especialmente de su nieta CATERINE. A sus veintiún años era profesora como él,
y,  los fines de semana,  se divertían pintando la veja bicicleta con los colores Arco Irís. El abuelo agra-
decía el ímpetu y la alegría que le trasmitía su nieta. Siempre le hablaba muy rápido porque quería de-
cirle  muchas cosas. Cada cual pintaría uno de los siete colores hasta completar el  Arco. Son ideas de  
jóvenes, decía Sebastián. Quedará muy bien, pensó CATERINE, cuando pedalee despacio entre las flo-
res de los campos.
Estaban  en la puerta del pequeño garaje. El camino hacia el rio se perdía silencioso entre piedras que
lo custodiaban. Altos chopos, como testigos majestuosos, se elevaban hacía el cielo , impidiendo que los pinos, pequeños y orgullosos de sus verdes  hojas, recibiesen  la luz del  sol. Sólo, entre tanta rama, algún atrevido rayo  se filtraba para reflejarse en el agua. Sebastián, sentado en su banco de piedra, apoyaba sus manos en un bastón de madera tallada y con la empuñadura en forma de cabeza de águila.
CATERINE estaba pintando el color amarillo, mientras el abuelo explicaba, una vez más, como a los diez años, la polio le dejó cojo de la pierna izquierda. Un infortunio que se convirtió en suerte. Cuando los alemanes ocuparon el pueblo, él quedó liberado de ninguna estructura en el ejército invasor. Era  L,INVALIDE. Tenía veinte años. Sus amigos fueron obligados a incorporarse al contingente Alemán, unos como soldados y otros como trabajadores en las fábricas de armamento. Alguno huyó para formar parte de la resistencia francesa. Les llamaron  LES MAQUIS.

-          ¿Porqué se ayudó al invasor?, pregunto CATERINE.

Nos obligaron. Algunos creyeron en la lucha contra el comunismo. Otros desertaron y, muchos, al final
pagaron con sus vidas. También pensamos en posibles represalias a nuestras familias y cedimos.
Comenzaba el verano y el curso había terminado. CATERINE amaba su profesión y poder enseñar a los niños. Cada uno era una pieza del puzle. Todos distintos. Todos necesarios. Leer, escribir aprender. Es eso la escuela. Cada alumno representa la diversidad de una sociedad.
Aquél  primer domingo de  julio, después de pintar, Sebastián y CATERINE  se  fueron  andando hasta el arroyo entre campos de amarillos girasoles. Beberían agua fresca como siempre. Sentados, frente a un horizonte inalcanzable, CATERINE preguntó :

-          ¿Cómo recuerdas aquellos agitados primeros días?, abuelo.

Un día de otoño, que debió ser normal, hileras de camiones alemanes llegaron al pueblo. El paisaje color ocre de las hojas caídas, se volvió oscuro e inquietante. Ocuparon la plaza de L,ETOILE. Nadie pudo detenerlo. Requisaron víveres y bienes. Concentraron a  todo el pueblo, detuvieron a las autoridades y tomaron decisiones. El miedo nos hizo dóciles y débiles. Empezaba un tiempo que fue de escasez y hambre. Todos nos volvimos sospechosos y enemigos. Nos preocupó sobrevivir y olvidamos al otro. La vida se manifestaba como tal en la resistencia, porque el objetivo era común. Vimos fusilar al juez, arrebatar a las jóvenes y secuestrar a los niños .Se estimaba más la vida de un caballo que de una persona. Quisimos pero no supimos.

-          ¿Qué hicisteis tú y los amigos?, comentó CATERINE.

Tuvimos miedo.  Eramos  jóvenes que compartíamos  alegrías y sueños. Empezaba algo  y no sabíamos  porque. Los alemanes decidieron por nosotros. Unos estuvieron en el ejército y otros en la resistencia. Tarde o temprano se encontrarían unos frente a otros jugándose sus vidas. Por mi condición de L,INVALIDE, quedé responsable de comunicaciones. Lo aproveché. Me pude acercar a los mandos alemanes. También  tuve  contacto  con  la  resistencia, a  la que acabé  ayudando. Mi  gran   primer problema fue evitar la información de los familiares de los huidos. Nunca comuniqué ningún dato, aunque lo supiese.
Sin  ser  descubierto, informaba  a  la resistencia  de los próximos  movimientos de  los alemanes. Y a mis amigos en el ejército, sólo a ellos, les anticipaba posibles acciones de sabotaje de los resistentes. Sé que evité muertes entre los míos. Aún así, alguien me denunció y dio mi nombre. Traidores ya hubo en Roma
La resistencia voló el vehículo del teniente que venía a interrogarme. Después ya no fui importante.

-          ¿Llegaste a matar a alguien? ¿Te hubiese gustado?, dijo CATERINE.

No, yo no disparé nunca. No era esa mi misión. Quizá colaboré en algunos atentados rebeldes. ¿Matar  alguien? Si, lo hubiese hecho con los culpables de la guerra, sólo a ellos. Todos los demás fuimos victimas Piensa en millones de muertos. Nunca olvidaré  las caras de toda una familia judía que los llevaban  sin  saber entonces a  donde. Aquellos  rostros  transmitían  horror. El adiós  se  presentía definitivo, no volverían. Imploraban ayuda que nunca les llegó. Lloraban la ausencia de los amigos. Las mujeres se santiguaban  al  paso de los viejos camiones cargados de gente. También Max, que combatió con la resistencia, fue asesinado. En la recordada matanza de Voiron, él, que era jefe de la Milicia, murió en un atentado junto a su  familia: esposa, hijos, abuela.
CATERINE se acercó a un cerezo próximo del que cogió algunas rojas cerezas. Dependiendo de la intensidad del color, serán más o menos dulces. Las compartió con el abuelo. Mientras las abejas buscaban el pólen de las flores de los romeros y las mariposas eran armoniosos colores en movimiento, CATERINE insistió :

-          ¿Cuándo terminaremos de pintar el Arco Iris en la bici?

No tengas prisa. Pronto. No gastes tan rápido tú tiempo. Lo necesitas para vivir.  Cuando es pasado ya  no  vuelve. El tiempo te recuerda que vives, lento en el dolor y efímero en la felicidad. No tengas prisa. Antes de desear el futuro disfruta el presente.
La  abuela Juliette  les llamó desde  la puerta para ir a  comer. Volvieron despacio. Todavía estaba el viejo columpio  y el banco de madera debajo del nogal. Habían sido testigos de promesas y deseos. Ocultos besos al atardecer terminaban en abrazos y pasiones. Todo era recuerdo y pasado. El pasado sólo se puede recordar.
Al llegar a la casa, SIMON se acercó con su bici y quedaron con CATERINE para tomar unos helados en  el café LE SOIR, junto con los demás amigos.  ¡Ah!  Mi hermana Sophie me dice que le visites. Tú ya sabes.
CATERINE enrojeció. El último verano su amistad  con ella fue diferente. Sophie le propuso el juego del amor pero sólo algunos abrazos y caricias  quedaron ante tal provocación. CATERINE se sintió atrapada en su propia contradición. Pero éste verano sí quería verla y, tal vez, dejarse llevar.
Comió feliz con sus abuelos. Sonreía al ver las arrugas en el rostro de la abuela. El pelo blanco  y el lento caminar  eran testimonio de la edad y la vida gastada. Repetía con su nieta que comiese bien, se aplicase en su trabajo y si tenía novio. No te vayas con el primero que se acerque, le repitió. Si tú supieses, pensó CATERINE.
Por la  tarde, a  las  seis, se  juntaron  los cuatro  amigos de cada  año. Llevaban muchos  veranos coincidiendo. Sus reencuentros eran un  abrazo a la  amistad.  CATERINE  presumía  de su  bicicleta de colores. Sólo  le faltaban dos para completar el Arco. Ese toque femenino fue aplaudido por sus amigos. Le preguntaron si cada  color era  una  experiencia del amor. Ellos contaron sus historias, sus proyectos y alguna desilusión.
Hablaron, rieron, pero sobre todo, revivieron  su  gran  lealtad. Al salir del  bar, CATERINE no tenía su bici.Alguien la había cogido sin su permiso. Se enfadó. No puede ser. Es mía  y de mi abuelo. Mientras aumentaba su ira, vió la bicicleta de Sophie junto a las de sus amigos. Sonrió. Era lo que deseaba. Un lazo rosa la diferenciaba y proclamaba su feminidad. Amiga de verdad, era tan precisa en el roce con ellas como  indiferente en el abrazo con  ellos. La cogió y se dirigió  a la fuente du  SOLEIL, donde seguro la encontraría. Ardientes recuerdos venían a su cabeza, cuando solas se abrazaron y besaron. No hubo más. CATERINE no pudo. No necesitamos chicos, decían informalmente. Todo quedó en un deseo que, seguro, ahora se cumpliría. Lo había soñado. CATERINE sentía excitarse conforme se acercaba. Con rapidez, envuelta en el arrebato, ahora quería que el tiempo de la duda pasase rápido al de la lujuria. Con mimo. No sabía como sería  recibida por Sophie. Su cuerpo se  aceleraba y una dulce pasión  le  llevaba ardiente  hasta ella. La vió tumbada en la hierba. Sus pechos, libres, se adivinaban promenientes debajo de la ajustada camiseta negra. También estaba su bici con sus mágicos colores y como testigo silencioso de amores prohibidos. Sophie se sentó al oírla llegar y la recibió sonriente. CATERINE se dejó caer y se  avalanzó sobre ella. El abrazo  fue verdadero, intenso y sensual. Los cuerpos, jóvenes y hermosos, se fundieron en uno sólo. Los besos  hicieron estremecerse mientras sus piernas  se  entrecruzaban. Se desnudaron una a la otra  entre caricias  mutuas y juntas sintieron  un estallido de placer. El frenesí les envolvía mientras  rozaban sus pechos, que, tersos, eran manifiesto de dulzura y emoción. Tumbadas,  se besaron cada una de las partes de sus cuerpos que, envueltos en un intenso y continuo deleite, alcanzaron el orgasmo de vivir.La cabeza de Sophie se apoyaba en el regazo de  CATERINE, cuyas  manos recorrían  la  piel que  se  estremecía  desafiante. Fue el  reencuentro delicioso, único y soñado. Los besos se repetían y las caricias volvían  al comienzo de  una
nueva excitación. Agotadas y felices regresaron a sus casas. Habrá otros momentos y otros lugares. Viviran  nuevas  emociones. Los chicos  les  piropearan, les  propondrán, pero ellas, sonrientes, las olvidaran. Hoy empezaba para CATERINE el placer de vivir.
Al anochecer, después de cenar, CATERINE  se sentó con el abuelo en el jardín. Estaba sonriente viendo  su nieta feliz. Ambos miraban al cielo repleto de estrellas. La luna iluminaba como si quisiese prolongar la felicidad. El día no debería terminar, pensó.
A la mañana siguiente, temprano, Sebastián esperaba a su nieta. Iba a pintar su color. Era el último y el
Arco Iris sería compañero eterno. Después irían a la fiesta mayor. Es al inicio del verano. Todos se reunían en la plaza de L,ETOILE para celebrar y cantar. Es el tiempo del reencuentro de todos los vecinos. El Ayuntamiento presidía orgulloso la plaza. Edificio de piedra gris donde una gran puerta de recia madera destacaba uniforme. Esta contenía otra más pequeña adornada por redondos clavos negros. Las banderas   de Francia y el estandarte del pueblo ondeaban en el balcón. Una pequeña ventana, con gruesas verjas, dejaba  pasar algo de luz a los calabozos. Cada día, a las ocho de la tarde, el alguacil cerraba la puerta principal con una gran llave de hierro macizo y peso desproporcionado. El casino era el local frente a la casa de la Villa.  Lugar de ocio y encuentro, sobre todo de los hombres, era un entorno de mesas  de mármol  blanco sobre pesadas patas de hierro trabajado. Vasos vacios, tazas  manchadas y el  periódico  quemado  por colillas , eran  la huella de  tertulias  y  juegos. Los columpios de colores señalaban el edificio de dos plantas que ocupaban las escuelas. Fueron en estas donde se instaló la autoridad invasora. Al otro lado se levantaba la gran Iglesia, también de piedra gris. Una nave central y dos laterales  eran parte y forma de un sitio majestuoso. Una estrecha escalera de piedra, en  forma de caracol, llevaba  después de sesenta escalones  hasta el campanario. Y eran las campanas anunciadoras  de alegrías y diversión , pero también de tristeza y muerte. Al terminar la guerra habían desaparecido todos los objetos de valor, incluidos cálices y cruces.
Cuando se liberó Paris, las campanas fueron volteadas durante todo el día. Hoy todos quieren celebrar la vida. Temprano, la abuela había asistido a  Misa. Siempre recordaban, en el Angelus, a los que ya no estaban. Se había vestido elegante, de color negro. Un escapulario iba dese la espalda hasta el pecho. La mantilla la hacía más creyente. Cantaba los salmos religiosos y comulgaba. El patrón del lugar, San Michel, era llevado , en procesión, alrededor  de  la plaza. Una profunda Ave María  era  el canto  que finalizaba la Homilía. La bendición final reconfortaba las almas. Algunos habían confesado sus pecados antes de comulgar. Otros no. Nunca. El viejo Pierrot era un vecino indescifrable. Un día antes de finalizar la guerra, estaba en un pequeño campamento con otros diez compañeros,  cuando un  suicida incontrolado, acabó con la  vida de todos y sólo él sobrevivió. Nunca recuperó la cordura. La guerra es, siempre tiempo de traiciones. Hubo muchos delatores, incluida la propia resistencia. Cada sabotaje al  ejército alemán  suponía una horrible venganza  con ejecuciones. Jan Multon salvó su vida señalando a sus compañeros. Sólo ello conllevó la muerte de 125 rebeldes. Nunca se respetaron a los niños.  Nadie quería evocar aquellos tiempos para no  volver a odiar. Suena la música  consciente de  alegrar los corazones. Jóvenes y mayores  se abrazan  para bailar y sentirse unos junto a los otros. Reir y gozar. El champan es el testigo de imposibles sueños. Todo es exagerado aunque ser feliz nunca es demasiado. Algunos sentimientos  se  creen equivocados. Otros son erróneos. A veces  se cogen  las manos que se necesitan. Se aferran entre ellas aunque sea indebidamente.
Llegará la noche y todo se volverá normal. La realidad, indomable, devolverá a cada uno su culpa o su verdad. Es fácil equivocarse. Al finalizar el día, los abuelos invitaron a su casa a Sophie que había pasado el día con CATERINE.

-          Ven con nosotros y te quedas en casa, le propusieron.

Nerviosa aceptó. Tenemos muchas que contarnos, les dijo.
Al  dejar la plaza,  Sebastián  saludó a  Jean  que era  delegado en  el Ayuntamiento. Aunque era unos diez años  más joven, también se vio obligado a participar en la guerra. En los primeros días  de ocupación,  su hermano ,  prisionero,  cayó  fusilado por no querer delatar a ningún vecino. A pesar de su juventud, murió preso de sus ideas. Aquello marcó a Jean. Para ayudar a su familia, trabajó como repartidor de la panadería con su bicicleta. Llegaría tanto al cuartel Alemán como a lugares de la resistencia. Quizás no se  le consideró problemático por ser un niño. Y a partir de aquí, aprendió a llevar información a los rebeldes. Y también a algún contacto en el ejército. Aprovechaba para hacerlo dentro de las barras de pan. Si sólo tenían tres cortes transversales y paralelos, debía llegar a la resistencia. El resto del pan no tenia problemas
Ayudó mucho. Supo morder las barras informativas, sabedor que esas nunca las querrían los alemanes. Antes de ser delatado, lo enviamos a otro lugar.
Al llegar a casa, después de la fiesta, se sentaron en la puerta del jardín, disfrutando de una cálida noche de verano. La luna, inspiradora de tantos poemas de amor, imponía su dominio en el silencio siempre inquietante. Frescos vasos de limonada fueron el epílogo  de un día intenso. Contaría estrellas buscando la  que  a  ella  le trajo  el  amor. Vivía  emocionada  su  concupiscencia  con  Sophie. Las emociones les envolvían en el círculo de la felicidad. Sentía y deseaba. Quería y soñaba. El canto del grillo, nocturno, era el son de un mundo que ahora no debía detenerse. El aroma del rosal que crece junto a la ventana les acompaña, cuando juntas se fueron con Sophie a dormir.
A la mañana siguiente la bici ya estaba coloreada. Aunque vieja, cada tonalidad representaba la emoción que hace diferentes a las amigas. La noche había sido intima, llena de susurros y embeleso. Se oyeron los besos. Se sintieron las caricias y cuando el goce rompía la razón, CATERINE y Sophie gritaron agitadas desde la cima del placer.
Al alba vieron  venir al abuelo del huerto cargado con frutos y frutas multicolores. Les acompañó hasta  el Monumento que, al pie de la pequeña montaña, homenajeaba al soldado desconocido. Dos cuerpos  de espaldas y sin rostro, sujetaban una pared de mármol gris con todos los nombres de los fallecidos en  la guerra. Sin pensar de qué lado lucharon. Todos murieron sin saber por qué. Hoy todo se ha superado. Pero cuando terminó la contienda, en los primeros meses, unos a otros se culparon de la muerte de los suyos. Hubo acusaciones entre vecinos, amigos y familiares. El paso del tiempo ha servido para comprender que sólo fuimos peones en la partida. Ramos de flores frescas nos hablan de un recuerdo que no se olvida. Rememoro escenas inimaginables pero ciertas, comentó el abuelo. La resistencia fue despiadada con las mujeres  que tuvieron sexo con los alemanes. La prostitución vivió su mejor momento  ofreciéndose a los alemanes, pues en Berlin estaba prohibida. Las trabajadoras sexuales francesas vivieron su época dorada, fascinadas  por el  dinero y  el trato alemán. Pero, acabada la guerra, la venganza contra  estas  mujeres llegó  de inmediato. Aunque era supervivencia, fueron capturadas, rapadas y pintadas. Fueron humilladas.  También actuaron contra aquellas viudas o solteras que, para subsistir, alquilaban alguna habitación a soldados alemanes, aunque no hubiese sexo.
Al  abandonar el  lugar, viejas fotos  de  niños vestidos  de soldados se arrugan  entre las  manos  de ancianas madres incapaces de sonreir.


-          ¿Se ha hecho justicia? Preguntó Sophie junto a CATERINE.

No del todo. No se consigue nunca la justicia absoluta. Los sentimientos, la subjetividad o  la objeción de  conciencia, nos  hacen  proclamar  que  no  toda  la  justicia   es  justa. El hombre la  administra otorgándose la capacidad de obrar y juzgar la verdad de lo que a cada uno corresponde.  Mucho se castigó.  Pero otros escaparon, o no se les pudo castigar, o alguien les protegió. Todavía, hoy, se sigue buscando y juzgando culpables.  No olvidad nunca, la justicia es el interés del más fuerte.
Sophie y CATERINE se alejaron, juntas, para recoger fresas silvestres en la cesta que les había dado la abuela. En el jardín, la vieja bicicleta luce los colores del arco iris, que son los matices de un  amor de verano.

                                                                                                                                                             


 jesus añaños 2020





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