Por
Mª Pilar Usar
Cuando salí a
la calle, después de una semana confinada. Fui a comprar comida. La tristeza
presidia todo el entorno. Todos íbamos con mascarilla, gafas, gorros, guantes, botas.
Me llamaron por mi nombre, me volví y vislumbré con dificultad que era una
vecina. Hola, hice el gesto con la mano,
de lejos, la fila del supermercado en la calle, era larga, guardábamos las
distancias de un metro. Nadie hablaba, a veces con los ojos y un gesto de alzar
los hombros era una comunicación, como diciendo “Esto es lo que hay, aguantar”
¿Qué vamos a hacer? Pasábamos cuando otros salían, todo matemático, tres
salían, tres entrábamos.
Adentro todos
deprisa, cómo si nos esperara algo mejor que no fuera nuestro encierro.
Silencio absoluto, nadie se paraba a echar una charradica. Los carros llenos,
así ya no teníamos que volver en una semana. La casa era nuestro refugio
seguro, no un castigo, nuestra protección.
La calle
silenciosa también, apenas un coche, desolación. Me recordaba esas películas
americanas de desastres que no hay nadie en toda la ciudad.
Algo me animó.
Cuando fui a la farmacia, tenían muchas flores, me dijeron que cogiera un ramo,
el que quisiera, elegí unas bellas flores fucsias, gerberas de tallo grueso, muy
bellas. Me han animado estos días, han dado su toque de color a mi salón. La
primavera había entrado en mi hogar. La
esperanza espero sea más larga que la vida de mis flores.
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