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LA MONTAÑA


                                              LA MONTAÑA



¡HELP!  Grito mientras  la avalancha de nieve me arrastra hacia  un fin desconocido. No puedo hacer nada. La montaña que tantas veces me amenazó hoy me envuelve en sus entrañas. No sé si alguien llegará a rescatarme. Difícil. Mucha nieve. Mucho espacio. Mucho tiempo. Siempre asumí el riesgo de disfrutar el mundo a siete mil metros de altura. Quizá me quedan cuatro o cinco minutos de vida. Pasaré a formar parte del  paisaje como otros amigos. El destino, amigo y compañero, hoy es inhumano y cruel.

 -La cuerda no nos soportará a los dos, me dijo Pablo mientras cortaba su lado y caía al vacio abrazado a  la muerte.

Nunca he podido olvidar aquél adiós dibujado en su sonrisa. Un montañero siempre quiere, si puede, morir en la montaña. Yo, hoy, también. Lamento el dolor que dejo. Mi familia, mis amigos, vendrán a la montaña para preguntar dónde estoy. Nadie les contestará. Me buscarán, me llorarán y me recordarán, como yo lo hago ahora.

-Es la última vez que voy, dije al iniciar el viaje y despedirme de mis hijos Paula y Jacob. Ellos sabían que no sería así.

 Hacía  diez años que mi  padre había desaparecido  en la montaña. Bueno, que había muerto. Sus fotos y recuerdos me hacen compañía cada día, incapaces de llenar su hueco en mi vida. Hoy, inesperadamente, he recibido una comunicación de la Policía.
    “En el lugar donde desapareció su padre, debido al mayor deshielo de la nieve, han encontrado trés cadáveres desconocidos. Uno podría ser su padre.”
Inicio  un viaje rápido al  encuentro  de lo imposible. Aunque tengo  prisa, el viejo  tren de madera avanza lento y ruidoso. Ocupados todos los asientos, la gente, de pie, viste coloridos vestidos que el tiempo  ha mancillado. Viven  felices su  mundo  de  necesidades. No  tienen nada  pero cogen  la felicidad de la esperanza de un mañana mejor. Me ayudan con el equipaje. Sonríen y quieren compartir su manzana ya mordida. Muestran su universo de  sentimientos  que tanto me  cuesta  encontrar.  Los inmensos bosques  verdes  me  acompañan camino del puesto militar. Las altas hierbas se mueven esbeltas al ritmo de los fuertes vientos. La lluvia, ahora torrencial, pinta un paisaje imperial.


Intento quitarme la nieve de encima y no puedo. El alud ha sido indomable. Quiero respirar pero me falta el aire. Moriré sin permiso de Paula ni de Jacob. Tal vez no tengo derecho a morir, pero ésta vez no  he  elegido  yo.  Percibo  mis pies congelados  y también   mis manos. Mis ojos  se  cierran   y somnoliento, adivino  que mi oscuridad es el comienzo de la noche eterna El frio, el color, el silencio. Todo me encierra en mi largo viaje.Siempre es pronto para morir, pero hoy pudo no ser. Un minuto más tarde o cincuenta metros a la derecha Sólo era eso.

 -El próximo año iré contigo, me despidió Paula.

No hay próximo nada. Todo termina ahora. Ojala mi cuerpo se funda con la montaña formando parte de ella.

Estoy cerca de mi destino. Se oye el silencio de los colores del paisaje. La nieve me acompaña y me guía como guardián de mi vida. Los árboles tienen miedo de crecer allí arriba y, sólo, alguna flor desafía al sol en éste manto blanco.
Dos guardias, jóvenes y sonrientes, me toman mi ADN para comparar.

-¿Hay algún objeto que pueda identificar? Me pregunta el más alto mientras me ofrece unas galletas.
-Gracias. No reconozco ninguno
-Dentro de dos días sabremos el resultado. Buenas tardes.

Esperaré. Contemplo un cielo lleno de estrellas que siento cerca de mí. También la luna proyecta  su luz para guiar a otros alpinistas, iluminando la montaña. La veo lejana pero desafiante, traidora pero atractiva. Enamora  a  todos  y luego, creo, se  queda  con  los mejores.
Pero mañana te arrebataré a mi padre. Me pertenece.



Jesús añaños 2019
       

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