Por Olga Muñoz
BARRIO
Comprueba que la puerta del
portal queda bien cerrada, como reza en el cartel que él mismo puso días atrás,
que para eso es el presidente de la comunidad. Últimamente está el barrio muy
revuelto.
Se santigua y escupe hacia la
derecha. Siempre hacía la derecha, que Ramiro es un hombre de orden, coherente,
previsible.
Va con el chándal viejo de
andar por casa y unas zapatillas roñosas. Total, solo baja al chino de la
esquina a por una botella de coñac.
Putos amarillos de mierda,
invadiéndolo todo. Se están haciendo los dueños del cotarro. Hala bares y
tiendas. Hay que reconocer, eso sí, que son currantes. La otra noche a las once
vio al chino tumbado en el sofá que tiene al fondo del local. Estos viven para
trabajar y no como los niñatos de ahora, los ninis esos, que lo único que quieren es chupar del bote. A esos sí
que los enderezaría él.
Se mesa el cabello ralo. Está
cada día más calvo y eso lo cabrea. Más calvo y más gordo. El prolongado paro
le está pasando factura. Tendrá que salir a andar, como le dice su mujer, que
cada día está más rara, por cierto. Es verdad que él muchas veces está de mal
humor, pero quién no, en su situación. Cuatrocientos y pocos miserables euros
del subsidio para mayores de cincuenta y cinco. Menos mal que la Mari tiene
tres casas para limpiar que, si no, de qué.
La boca le empieza a saber
amarga.
Al llegar a la única casa baja
de la calle dos gitanillos salen en tromba y casi lo arrollan.
- - Tronco, co, a ver si controlas, que vas a tu
puta bola- le espeta uno de los canijos.
Ramiro aprieta el puño y
siente cómo la ira lo invade. Empieza a murmujear maldiciones.
Lo que faltaba, los gitanos. Desde
que han llegado al barrio ha habido que
llamar a la policía un par de veces. Se juntan en la calle y organizan unos
tinglados de miedo. Y seguro que trapichean, bien lo sabe él.
Qué pena de barrio. A cinco
minutos de El Corte Inglés y se está convirtiendo en una jungla. Mano dura. Eso
es lo que hace falta.
Ya se está cerrando el ascensor
cuando oye:
- Espera, Ramiro, que subo.
Ruth Noemí, enfundada en un ajustadísimo
vestido rojo, viene de la peluquería. Esa sí que es una real hembra y no la
suya. Ahora mismo le daba un buen meneo.
Ramiro se la come con los
ojos.
- -Estás muy guapa hoy, Ruth.
- -Gracias, Ramiro
-le contesta, coqueta.
Le cede el paso al salir y se
queda mirando su pronunciado contoneo. Cuando ella cierra la puerta, él todavía
sigue imaginando su trasero.
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