por Miguel Angel Marín
Amelia Cuixart González,
heredera del emporio farmacéutico Cuixart, fue hallada muerta ayer en su casa
de La Moraleja. Se baraja la hipótesis de un suicidio.
Aparece ante mí con el cabello
revuelto, la ropa arrugada, barba de tres días y la mirada lobuna, cargada de
culpabilidad.
—
¿Cómo se te ocurre presentarte así, desaseado y
en esas condiciones?
Me mira como quien mira llover.
—
Tú eres un sinvergüenza. No tienes derecho a
nada, ni a un techo que te cobije, ni a un plato de comida. Un poco de respeto
al menos.
Sigue mirando con apatía, como si la cosa no fuera con él.
—
La pobre Amelia desviviéndose por ti y tú
tratándola como un trapo. Que si no aparecías a la hora de comer, que si
llegabas tarde cuando habíais quedado, que si pasabas de ella olímpicamente,
que si volvías bebido y embrutecido tantas noches…Ella que te lo dio todo. Tú
eras un muerto de hambre. Ella te consiguió una posición. Pues hasta aquí hemos
llegado.
No hace ni caso.
—
Espera un momento… Ahora lo entiendo. Las cosas
que desaparecían, sus despistes, sus errores, sus olvidos…no eran tales, ¿no?, todo
era cosa tuya. Tú la convenciste de que estaba perdiendo la cabeza, como su
madre.
Mira para otro lado.
—
¿De dónde venías aquella noche, ya sabes,
aquella en la que se tomó las pastillas? ¿De estar con tu amante, verdad? Os
habréis reído lo vuestro desquiciando la mente de tu frágil mujer. Además, te
quedas con todo, ¿no? ¿Acaso no era ese el plan?
Se rasca la barba.
—
Maldito seas, mírame. Sé un hombre.
Se vuelve y me mira con dureza. Sus ojos confirman mis
sospechas. Se hace un silencio incómodo.
—
No se te ocurra sonreír encima, malnacido.
Esboza una sonrisa.
No lo soporto más. Me abalanzo sobre él. El espejo estalla
en mil pedazos.
Final inesperado. Me gusta!
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