Ir al contenido principal

Carta a una foto de pequeña









                                                         CARTA A MARI PILI
                                                    
    Mi querida Mari Pili o Pilarín:
   ¡Cómo odiabas esos dos nombres cuando llegaste a tu desgarbada preadolescencia! 
    Y, para tu desesperación, ¡con qué entusiasmo y profusión los usaban abuelos              y tías!. Tuvo que transcurrir bastante tiempo hasta que lograste desterrarlos de los      usos familiares. A tu rechazo a contestar a esos apelativos y consiguientes       
    regañina spor parte de tu madre, vino en tu auxilio la rígida norma del colegio al         que asistías de llamar a las alumnas por su nombre a palo seco, en tu caso Pilar.     
   Después vendría el María Pilar para un uso digamos más oficial y también  
   aceptarías con agrado, por parecerte cariñosos, los Pilara, Pilarica y  demás  
   variantes.
     Miras con nostalgia esas tres fotografías en las que apareces con mirada pícara y desafiante,  
     escondiendo el paquete de tabaco de tu padre. ¡Cigarrillos sin filtro Chesterfield! Creo que
     esa marca hace años que desapareció. Acaso esa imagen presagiaba ya todos los cigarrillos que  
     consumirías en el futuro…
     El pelo tieso como un escobón, que tu madre tanto se afanaba en moldear con los incómodos     
     bigudíes y, sobre todo, ese flequillo con el corte tazón, muy por encima de las cejas, dejando al   
    descubierto tus enormes orejas de soplillo que tanto te iban a atormentar en tu juventud.
                 Pero lo que más me atrae en esas fotos es esa actitud decidida e incluso descarada que
                 inexplicablemente fuiste sustituyendo por otra tímida y retraída que tanto tiempo y empeño te
                costó desterrar.
                Desde la serena madurez que me imponen los años, los expertos ya la califican de vejez, contemplo
                la  imagen de esa niña de dos años con cierta añoranza y mucha ternura. La miro y me devuelve la
                mirada,  una mirada limpia e inocente que ojalá pudiera recuperar.
    Desde la otra orilla del tiempo te envío todo mi cariño.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El collar desaparecido

por Miguel Angel Marín Cuando María abrió la puerta de la mansión aquella noche, desconocía que iba a llevarse el susto de su vida. Enmarcado por la luz de un relámpago, apareció la figura de un hombre altísimo de tez muy blanca y ojos claro, casi transparentes. Mostrándole una placa y con voz de ultratumba, el albino dijo: —      Inspector Negromonte. María lo hizo pasar al salón principal donde ya lo esperaba un nutrido grupo de personas. D. Adolfo, marqués de Enseña, señor de la casa, estaba algo molesto por la reunión a tan intempestivas horas. También estaban Dª. Clara, su mujer, de mediana edad, algo gruesa y con cara de pizpireta; Lucas, el mayordomo, un hombre delgado y de rictus estricto; Esteban, el mozo, jardinero y chófer, un hombre joven y fuerte que no parecía tener muchas luces; D. Augusto, administrador del marqués, un hombrecillo mayor que se veía muy nervioso; El padre Santiago, asesor espiritual del marqués y amigo de la familia; Mar...

Intruso

  PARA VOLVER A METERSE EN EL ATAÚD  tendría que encogerse bastante, darse prisa y apartar un poco el cuerpo que reposaba inerte sobre la dura superficie de madera. Se oían voces fuera, que callaron al escuchar el cierre de la tapa. -¿Quién anda ahí? Escuchó la voz amortiguada del viejo sacerdote que recorría el pasillo central de la capilla. Podía imaginarle, sorprendido por la oscuridad, porque hasta la pequeña lamparilla del sagrario estaba apagada. Desde dentro del féretro ella escuchaba muy fuerte su propia respiración, aunque cada vez más tenue. Nunca supo que el sepulturero había comentado después en el bar: – Con lo flaco que estaba y cómo pesaba el cabrón… ¿A quién se habrá llevado a la tumba?

El naufragio

  Por Eva Fernández La primera vez que lo vio sin gafas sus ojos solo le parecieron preciosos.  Hoy, que lo ha mirado  mejor ha visto que  ¡Sus ojos son dos islas!- Rodean sus pupilas dunas de arena, bañadas por el mar, con olas que rompen en la orilla cuando pestañea.  Por eso no puede dormir hasta que la marea lo mece y lo aquieta. Si se pone nervioso no  concilia el sueño, se desvela del todo, y esconde las islas tras la bruma de los cristales,  hasta que deja de escucharse el sonido del mar. A veces, cuando pasa eso, ella tampoco duerme.  El otro día pensó que, tal vez, si lo acunaba, o si lo abrazaba, se dormirían por fin y de tanto pensar en abrazarlo, le creció un brazo en la cadera; pero un brazo corto, que no servía para mucho, era muy incómodo para dormir de lado, y en realidad le sobraba, solo servía para sostener el café por la mañana o para llamar al ascensor. Ya solo podía llevar vestidos o faldas con bo...