por Miguel Angel Marín Águeda se puso muy pálida y no contestó. Se encerró en su cuarto y pasó la noche llorando. Notó que algo se rompía en su interior. Y algo oscuro, una sombra enorme, se instalaba en él. Una desazón, una tristeza infinita colonizó su mente. Una rabia sorda crecía en sus entrañas. A la mañana siguiente, siguió con sus bordados y encajes como si nada hubiera pasado. Pero unos ojos expertos habrían advertido que los arabescos de sus encajes ya no eran tan perfectos y sus bordados perdieron la maestría que siempre le había caracterizado. Además se la veía cabizbaja, taciturna, silenciosa, como metida para sí. En Nochebuena preparó la cena, como siempre, y sirvió a toda su familia, en la que ya se incluía el abogado, ahora cuñado. Seguía silenciosa y triste, mientras el resto de comensales disfrutaba de una espléndida cena y daban buena cuenta de varias botellas de vino. Mientras servía el consomé su hermana Luisa se fijó en ella y le dijo: ...
Relatos de los cursos de Escritura Creativa del C.C. Teodoro Sanchez Punter y de la Sala 2 del C.C. Salvador Allende